Andar a ciegas
Alguna vez has hecho el ejercicio de taparte los ojos y caminar a ciegas por la casa. Recuerdo de chiquita con mi hermana haberlo hecho. Era como un ejercicio de curiosidad y más bien un juego. Recuerdo que en ese ejercicio usábamos las manos para, a través del tacto adivinar los espacios por dónde andábamos y de paso evitar cantazos. La información recogida a través de las manos ayudaba a tomar decisiones y a sentir de alguna manera control.
Es admirable cómo las personas que no ven aprenden a desenvolverse en ese mundo de oscuridad. Aún cuando se hace como solo un juego y a sabiendas de que durará hasta que decida abrir los ojos, el ejercicio es ansiogénico, desesperante. A las personas nos gusta sentir que tenemos control, nos gusta ver, saber, medir, predecir, controlar. Nos gusta sentir que diseñamos y dirigimos nuestra vida. Al hacerlo, nos sentimos segur@s, poderos@s, tranquil@s.
Muchas veces en mi vida he sentido que camino a ciegas, a pesar de que tengo los ojos bien abiertos y no soy ciega. Han habido momentos en que me he sentido en un tunel muy oscuro, sin visibilidad, sin idea de cómo es el camino hacia la salida, ni en qué dirección se encuentra... manejando la angustia de no saber qué hacer, ni cuánto durará la oscuridad. El Rev. Hector F. Ortiz les llama "las noches oscuras del alma".
Ahora de adulta, cuando me encuentro en medio de ese túnel de incertidumbre, duda, sin dirección, extiendo mis manos, como quien se rinde ante la policía que viene a apresarle y me declaro perdida, sin visión, sin ruta de salida y sin plan. Reconozco que soy de recursos limitados e imperfecta y voluntariamente cedo el poder y me rindo a Su voluntad.
No se cómo lo hace la gente que vive desconectada del mundo espiritual, porque no hay mejor sensación que la certeza de saber y sentirse acompañada y guiada siempre, no importa la situación. Es igual que cuando eras chiquita y te asustabas… y te abrazabas de la pierna de tu padre, tu madre, tu abuelo… Siempre, justo en ese momento en que me rindo y suelto, llega la paz.
Asumo mi responsabilidad de diseñar mi vida, sumergida en ese manto de sabiduría y discernimiento que me da paz. En mi debilidad su presencia me fortalece. Yo soy sola, conectada con su energía, un ejército.
Ceci